“He deseado celebrar
esta Pascua con ustedes, antes de padecer”
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Hagan esto en memoria
mía
Tomando después un pan, pronunció la acción de
gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: “Esto
es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con
mi sangre, que se derrama por ustedes”.
¡Ay de aquel por quien
el Hijo del hombre será entregado!
“Pero
miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo
del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien
será entregado!”
Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que lo
iba a traicionar.
Yo estoy en medio de
ustedes como el que sirve
Después los discípulos se pusieron a discutir sobre
cuál de ellos debería ser considerado como el más importante. Jesús les dijo: “Los reyes de los paganos los dominan, y los
que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan
eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el
menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más,
el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa?
Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes han perseverado
conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi Padre me lo dio a
mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente cada uno en un
trono, para juzgar a las doce tribus de Israel”.
Tú, una vez convertido,
confirma a tus hermanos
Luego añadió: “Simón,
Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para zarandearlos como trigo; pero yo
he orado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido,
confirma a tus hermanos”. Él le contestó: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la
muerte”. Jesús le replicó: “Te digo, Pedro, que hoy, antes de que cante el
gallo, habrás negado tres veces que me conoces”.
Conviene que se cumpla
en mí lo que está escrito
Después les dijo a todos ellos: “Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni sandalias, ¿acaso les
faltó algo?” Ellos contestaron: “Nada”.
El añadió: “Ahora, en cambio, el que
tenga dinero o provisiones, que los tome; y el que no tenga espada, que venda
su manto y compre una. Les aseguro que conviene que se cumpla esto que está
escrito de mí: Fue contado entre los malhechores, porque se acerca el
cumplimiento de todo lo que se refiere a mí”. Ellos le dijeron: “Señor, aquí hay dos espadas”. Él les
contestó: “¡Basta ya!”
Lleno de tristeza se
puso a orar de rodillas
Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los
Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: “Oren, para no caer en la tentación”.
Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de
rodillas, diciendo: “Padre, si quieres,
aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Se le apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal,
oraba con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que
caían hasta el Huelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus
discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: “¿Por qué están dormidos? Levántense y oren
para no caer en la tentación”.
Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del hombre?
Todavía estaba hablando, cuando llegó una turba
encabezada por -Judas, uno de los Doce, quien se acercó a Jesús para besarlo.
Jesús le dijo: “Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del hombre?”
Al darse cuenta de lo que iba a suceder, los que
estaban con él dijeron: “Señor, ¿los
atacamos con la espada?” Y uno de ellos hirió a un criado del sumo
sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: “¡Dejen! ¡Basta!” Le tocó la oreja y lo
curó.
Después Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los
encargados del templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: “Han venido a aprehenderme con espadas y
palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el
templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las
tinieblas”.
Pedro salió de ahí y se
soltó a llorar
Ellos lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron
entrar en la casa del sumo sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron
fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con
ellos. Al verlo sentado junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y
dijo: “Éste también estaba con él”.
Pero él lo negó diciendo: “No lo conozco,
mujer”. Poco después lo vio otro y le dijo: “Tú también eres uno de ellos”. Pedro replicó: “¡Hombre, no lo soy!” Y como después de una hora, otro insistió:
“Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo”. Pedro contestó: “¡Hombre, no sé de qué hablas!” Todavía
estaba hablando, cuando cantó un gallo.
El Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó
entonces de las palabras que el Señor le había dicho: ‘Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’, y saliendo de
allí se soltó a llorar amargamente.
Adivina quién te ha
pegado
Los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él,
le daban golpes, le tapaban la cara y le preguntaban: “Adivina, ¿quién te ha
pegado?” Y proferían contra él muchos insultos.
Lo hicieron comparecer
ante el sanedrín
Al amanecer se reunió el consejo de los ancianos con
los sumos sacerdotes y los escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín
y le dijeron: “Si tú eres el Mesías,
dínoslo”. Él les contestó: “Si se lo
digo, no lo van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya
desde ahora, el Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso”.
Dijeron todos: “Entonces, ¿tú eres el
Hijo de Dios?” Él les contestó: “Ustedes
mismos lo han dicho: sí lo soy”. Entonces ellos dijeron: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Nosotros mismos lo hemos oído de su boca”. El consejo de los ancianos, con
los sumos sacerdotes y los escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante
Pilato.
No encuentro ninguna
culpa en este hombre
Entonces comenzaron a acusarlo, diciendo: “Hemos
comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se
pague tributo al César y diciendo que él es el Mesías rey”.
Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Él le contestó: “Tú lo has dicho”. Pilato dijo a los
sumos sacerdotes y a la turba: “No
encuentro ninguna culpa en este hombre”. Ellos insistían con más fuerza,
diciendo: “Solivianta al pueblo enseñando
por toda Judea, desde Galilea hasta aquí”. Al oír esto, Pilato preguntó si
era galileo, y al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo
remitió, ya que Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.
Herodes, con su
escolta, lo despreció
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento,
porque hacía mucho tiempo que quería verlo, pues había oído hablar mucho de él
y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no
le contestó ni una palabra. Estaban ahí los sumos sacerdotes y los escribas,
acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio
y se burló de él, y le mandó poner una vestidura blanca. Después se lo remitió
a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes
eran enemigos.
Pilato les entregó a
Jesús
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a las
autoridades y al pueblo, y les dijo: “Me
han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he
interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas
de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que
ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un escarmiento
y lo soltaré”.
Con ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles
libre a un preso. Ellos vociferaron en masa, diciendo: “¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!” A éste lo habían metido en
la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la
intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” El les dijo
por tercera vez: “¿Pues qué ha hecho de
malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo
que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré”. Pero ellos insistían, pidiendo a
gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que
se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado
por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Hijas de Jerusalén, no
lloren por mí
Mientras lo llevaban a crucificar, echaron mano a un
cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, f
detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una gran multitud de hombres y mujeres, que
se golpeaban el pecho y lloraban por él. Jesús se f volvió hacia las mujeres y
les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloren
por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en que se
dirá: ‘¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los
pechos que no han criado!’ Entonces dirán a los montes: ‘Desplómense sobre
nosotros’, y a las colinas: ‘Sepúltennos’, porque si así tratan al árbol verde,
¿qué pasará con el seco?”
Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen
Conducían, además, a dos malhechores, para
ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado “la Calavera”, lo
crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su
izquierda. Jesús decía desde la cruz: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Los soldados se repartieron sus
ropas, echando suertes.
Este es el rey de los
judíos
El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían
muecas, diciendo: “A otros ha salvado;
que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido”. También
los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le
decían: “Si tú eres el rey de los judíos,
sálvate a ti mismo”. Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego,
latín y hebreo, que decía: “Éste es el rey de los judíos”.
Hoy estarás conmigo en
el paraíso
Uno de los malhechores crucificados insultaba a
Jesús, diciéndole: “Si tú eres el Mesías,
sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro le reclamaba, indignado: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el
mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero
éste ningún mal ha hecho”. Y le decía a Jesús: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Jesús le
respondió: ‘Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso”.
Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu
Era casi el mediodía, cuando las tinieblas
invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la tarde. El
velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente, dijo:
“¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” Y dicho esto, expiró.
Aquí se arrodillan
todos y se hace una breve pausa
El oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria
a Dios, diciendo: “Verdaderamente este
hombre era justo”. Toda la muchedumbre que había acudido a este
espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de
pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las
mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo
aquello.
José colocó el cuerpo
de Jesús en un sepulcro
Un hombre llamado José, consejero del sanedrín,
hombre bueno y justo, que no había estado de acuerdo con la decisión de los
judíos ni con sus actos, que era natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que
aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de
Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro
excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la
Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús
desde la Galilea acompañaron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el
cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes y ungüentos, v el sábado
guardaron reposo, conforme al mandamiento. Palabra
del Señor.
Comentario
al Evangelio:
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