"Amarás
al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y
con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo". Jesús le dijo: "Has
contestado bien; si haces eso, vivirás"
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas 10, 25-37:
+
En aquel tiempo, se presentó ante
Jesús un doctor de la ley para ponerlo a prueba y le preguntó: "Maestro,
¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?" Jesús le dijo: "¿Qué
es lo que está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?" El doctor de la ley
contestó: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con todas tus fuerzas y con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo".
Jesús le dijo: "Has contestado bien; si haces eso, vivirás".
"Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma..."
El doctor de la ley, para
justificarse, le preguntó a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" Jesús le
dijo: "Un hombre que bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en
manos de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio
muerto. Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y
pasó de largo. De igual modo, un levita que pasó por ahí, lo vio y siguió
adelante. Pero un samaritano que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él,
se le acercó, ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso
sobre su cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó
dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: 'Cuida de él y lo que
gastes de más, te lo pagaré a mi regreso'.
¿Cuál de estos tres te parece que
se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?'' El doctor
de la ley le respondió: "El que tuvo compasión de él". Entonces Jesús
le dijo: "Anda y haz tú lo mismo". Palabra del Señor.
Comentario al Evangelio
por Mons. Cristóbal Ascencio García:
“Vi a
Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar
serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les
podrá hacer daño”
Lectura del santo Evangelio
según san Lucas 10, 1-12,17-20:
+
En aquel tiempo, Jesús designó a
otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos
los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y
los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe
trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en
medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a
saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz
reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de
ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban
de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de
casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les
den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino
de Dios’.
Pero si entran en una ciudad y no
los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad, que
se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra
ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca’. Yo les digo
que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad”.
“Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”
Los setenta y dos discípulos
regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios
se nos someten en tu nombre”.
Él les contestó: “Vi a Satanás caer
del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y
escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer
daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien
de que sus nombres están escritos en el cielo”. Palabra del Señor.
Comentario al
Evangelio por Fr. Rufino Ma. Grández Lecumberri, OFM:
“Y
ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”
Lectura del santo
Evangelio según san Mateo 16, 13-19:
+
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús
a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién
dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen
que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de
los profetas”.
Luego les preguntó: “Y ustedes,
¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”
Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso
tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino
mi Padre que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán
sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en
la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará
desatado en el cielo”. Palabra del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio García:
«El
que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se
venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda
su vida por mi causa la salvará.»
Lectura del santo Evangelio
según san Lucas 9, 18-24:
+
Una vez que Jesús estaba orando
solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
- «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros
que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó:
- «Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?»
¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente
decírselo a nadie. Y añadió:
«El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo:
«El que quiera seguirme, que se
niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que
quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la
salvará.» Palabra del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio García:
sopló
sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen
los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les
quedarán sin perdonar"
Lectura del santo
Evangelio según san Juan 20, 19-23:
+
Al anochecer del día de la
resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los
discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les
dijo: "La paz esté con ustedes". Dicho esto, les mostró las manos y
el costado.
Cuando los discípulos vieron al
Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: "La paz esté con
ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo".
"Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados"
Después de decir esto, sopló sobre
ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los
pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán
sin perdonar". Palabra del Señor.
Comentario al Evangelio
por Mons. Cristóbal Ascencio García:
“Está escrito que el
Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer
día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones”
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas 24, 46-53:
+
En aquel tiempo, Jesús se apareció
a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y
había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se
había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad
de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto.
Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en
la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.
"levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía"
Después salió con ellos fuera de la
ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y
mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos,
después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían
constantemente en el templo, alabando a Dios. Palabra del Señor.
Comentario al Evangelio
por Mons. Cristóbal Ascencio García:
“El que me ama, cumplirá mi palabra y mi
Padre lo amará y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis
palabras”
Lectura del santo
Evangelio según san Juan 14, 23-29:
+
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama, cumplirá mi palabra
y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no
cumplirá mis palabras. La palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre,
que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes; pero el
Consolador, el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, les
enseñará todas las cosas y les recordará todo cuanto yo les he dicho.
"El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo
amará y haremos en él nuestra morada"
La
paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la
paz ni se acobarden. Me han oído decir: ‘Me voy, pero volveré a su lado’. Si me
amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo.
Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean”. Palabra
del Señor.
Comentario al Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio
García:
“Les
doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he
amado”
Lectura del santo
Evangelio según san Juan 13, 31-33ª, 34-35:
+
Cuando Judas salió del cenáculo,
Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido
glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo
glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
"Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo
los he amado"
Hijitos, todavía estaré un poco con
ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como
yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis
discípulos’’. Palabra del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio García:
"Mis
ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen”
Lectura del santo
Evangelio según san Juan 10, 27-30:
+
En aquel tiempo,
Jesús dijo a los judíos: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y
ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las
arrebatará de mi mano.
"Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen"
Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y
nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno". Palabra
del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio García:
"Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Pedro se entristeció
de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó:
"Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero"
Lectura del santo
Evangelio según san Juan 21, 1-19:
+
En aquel tiempo,
Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se
les apareció de esta manera:
Estaban juntos
Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los
hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a
pescar". Ellos le respondieron: "También nosotros vamos
contigo". Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba
amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo
reconocieron. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿han pescado algo?" Ellos
contestaron: "No". Entonces él les dijo: "Echen la red a la
derecha de la barca y encontrarán peces". Así lo hicieron, y luego ya no
podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces el
discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: "Es el Señor". Tan
pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la
túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos
llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de
tierra más de cien metros.
el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: "Es el
Señor"
Tan pronto como
saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les
dijo: "Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar".
Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red,
repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que
eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: "Vengan a
almorzar". Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: '¿Quién
eres?', porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo
dio y también el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus
discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de
almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas
más que éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te
quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Por segunda
vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le respondió:
"Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Pastorea
mis ovejas". Por tercera vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me
quieres?" Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por
tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo; tú bien
sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Yo te
aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías;
pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a
donde no quieras". Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte
habría de glorificar a Dios. Después le dijo: "Sígueme". Palabra
del Señor.
Comentario al
Evangelio por Fr. Rufino Ma. Grández Lecumberri, OFM:
“La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis
manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas
dudando, sino cree”
Lectura del santo
Evangelio según san Juan 20, 19-31:
+
Al anochecer del
día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se
hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de
ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y
el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.
De nuevo les dijo
Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los
envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el
Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y
a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los
Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los
otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si
no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros
de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
“Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”
Ocho días después,
estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos.
Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con
ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae
acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le
respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has
visto; dichosos los que creen sin haber visto”
Otras muchas
señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en
este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías,
el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. Palabra del
Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio García:
“Era casi el mediodía, cuando las
tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol hasta las tres de la
tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús, clamando con voz potente,
dijo: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" Y dicho esto,
expiró”
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 19, 28-40:
+
Llegada la
hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: "Cuánto he
deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les
aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en
el Reino de Dios". Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la
acción de gracias y dijo: "Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque
les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el
Reino de Dios".
Tomando
después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio,
diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en
memoria mía". Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo:
"Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por
ustedes".
"Pero
miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo
del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien
será entregado!" Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos
podía ser el que lo iba a traicionar.
Después los
discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser considerado
como el más importante. Jesús les dijo: "Los reyes de los paganos los
dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero
ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe
como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque,
¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que
está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. Ustedes
han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar el Reino, como mi
Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el Reino, y se siente
cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de Israel".
Luego
añadió: "Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para
zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no desfallezca;
y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos". Él le contestó:
"Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la
muerte". Jesús le replicó: "Te digo, Pedro, que hoy, antes de que
cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces".
Después les
dijo a todos ellos: "Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni
sandalias, ¿acaso les faltó algo?" Ellos contestaron: "Nada". Él
añadió: "Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los
tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro
que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: Fue contado entre los
malhechores, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a
mí". Ellos le dijeron: "Señor, aquí hay dos espadas". Él les
contestó: "¡Basta ya!"
Salió
Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los
discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: "Oren, para no caer en la
tentación". Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y
se puso a orar de rodillas, diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mí
esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Se le
apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba
con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían
hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus
discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: "¿Por
qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación".
Todavía
estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce,
quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: "Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del hombre?"
Al darse
cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron: "Señor,
¿los atacamos con la espada?" Y uno de ellos hirió a un criado del sumo
sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino, diciendo: "¡Dejen!
¡Basta!" Le tocó la oreja y lo curó.
Después
Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos
que habían venido a arrestarlo: "Han venido a aprehenderme con espadas y
palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el
templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las tinieblas".
Ellos lo
arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo sacerdote.
Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron
alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado junto a la
lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: "Éste también estaba con
él". Pero él lo negó diciendo: "No lo conozco, mujer". Poco
después lo vio otro y le dijo: "Tú también eres uno de ellos". Pedro
replicó: "¡Hombre, no lo soy!" Y como después de una hora, otro insistió:
"Sin duda que éste también estaba con él, porque es galileo". Pedro
contestó: "¡Hombre, no sé de qué hablas!" Todavía estaba hablando,
cuando cantó un gallo.
El Señor,
volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que el
Señor le había dicho: 'Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces', y
saliendo de allí se soltó a llorar amargamente.
Los hombres
que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la cara y
le preguntaban: "¿Adivina quién te ha pegado?" Y proferían contra él
muchos insultos.
Al amanecer
se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los escribas.
Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: "Si tú eres el
Mesías, dínoslo". Él les contestó: "Si se lo digo, no lo van a creer,
y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el Hijo del
hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso". Dijeron todos:
"Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?" Él les contestó: "Ustedes
mismos lo han dicho: sí lo soy". Entonces ellos dijeron: "¿Qué
necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismo lo hemos oído de su
boca". El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los
escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.
Entonces
comenzaron a acusarlo, diciendo: "Hemos comprobado que éste anda
amotinando a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y
diciendo que él es el Mesías rey".
Pilato
preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Él le contestó:
"Tú lo has dicho". Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba:
"No encuentro ninguna culpa en este hombre". Ellos insistían con más
fuerza, diciendo: "Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde
Galilea hasta aquí". Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al
enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que
Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.
Herodes, al
ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería verlo,
pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro suyo. Le
hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí los
sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes, con su
escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una
vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron
amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.
Pilato convocó
a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo: "Me han
traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo he
interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las culpas
de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya ven que
ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un
escarmiento y lo soltaré".
Con ocasión
de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos vociferaron en
masa, diciendo: "¡Quita a ése! ¡Suéltanos a Barrabás!" A éste lo
habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un
homicidio.
Pilato
volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús;
pero ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" Él les dijo
por tercera vez: "¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él
ningún delito que merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y
lo soltaré". Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificara.
Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición;
soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio,
y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Mientras lo
llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía del
campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo una
gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por
él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: "Hijas de Jerusalén, no
lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días en
que se dirá: '¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y
los pechos que no han criado!' Entonces dirán a los montes: 'Desplómense sobre
nosotros', y a las colinas: 'Sepúltennos', porque si así tratan al árbol verde,
¿qué pasará con el seco?"
Conducían,
además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar
llamado "la Calavera", lo crucificaron allí, a él y a los
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la
cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Los soldados
se repartieron sus ropas, echando suertes.
El pueblo
estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: "A otros ha salvado;
que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido". También
los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le
decían: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Había,
en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín y hebreo, que decía:
"Éste es el rey de los judíos".
Uno de los
malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: "Si tú eres el
Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba,
indignado: "¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio?
Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal
ha hecho". Y le decía a Jesús: "Señor, cuando llegues a tu Reino,
acuérdate de mí". Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso".
Era casi el
mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció el sol
hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad. Jesús,
clamando con voz potente, dijo: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu!" Y dicho esto, expiró.
Aquí se
arrodillan todos y se hace una breve pausa.
El oficial
romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo: "Verdaderamente
este hombre era justo". Toda la muchedumbre que había acudido a este
espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose golpes de
pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que las
mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo
aquello.
Un hombre
llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había estado
de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era natural de
Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se presentó ante
Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo envolvió en una
sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a
nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el sábado. Las
mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José para ver el
sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa, prepararon perfumes
y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento. Palabra
del Señor.
Comentario al Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio García:
“Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?”
Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete
y ya no vuelvas a pecar”
Lectura el santo
Evangelio según san Juan 8, 1-11:
+
En aquel tiempo,
Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el
templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les
enseñaba.
Entonces los
escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y
poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en
flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú
que dices?”
“Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”
Le preguntaban
esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a
escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y
les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera
piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquellas palabras,
los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más
viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto
a él.
Entonces Jesús se
enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha
condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”. Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te
condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”. Palabra del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio García:
“Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y
ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’”
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas :15, 1-3, 11-32:
+
En aquel tiempo,
se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo
cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los
pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo
entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo
a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les
repartió los bienes.
No muchos días
después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá
derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo
todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer
necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual
lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas
que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a
reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de
sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi
padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco
llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
"su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y lo cubrió de besos"
Enseguida se puso
en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo
vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al
cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el
cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les
dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela;
pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo
y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y
ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el
banquete.
El hijo mayor
estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los
cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le
contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por
haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el
padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo,
sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito
para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que
despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso:
‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer
fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la
vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’”. Palabra del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio García:
El viñador le contestó: ‘Señor, déjala todavía este año; voy a
aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el
año que viene la cortaré’”
Lectura del santo
Evangelio según san Lucas 13, 1-9:
+
En aquel tiempo,
algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado
matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios. Jesús les
hizo este comentario: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les
sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que
no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante. Y aquellos
dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que
eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que
no; y si ustedes no se arrepienten, perecerán de manera semejante”.
"Señor, déjala, voy a echarle abono, para ver si da fruto"
Entonces les dijo
esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar
higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Mira, durante tres años
seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado.
Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?’ El viñador le contestó:
‘Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle
abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré’ ”. Palabra
del Señor.
Comentario al
Evangelio por Fr. Rufino Ma. Grández Lecumberri, OFM: