“Que de igual manera brille la luz de
ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen,
den gloria a su Padre, que está en los cielos’’
Lectura
del santo Evangelio según san Mateo 5, 13-16:
+
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ustedes son la sal de la tierra. Si
la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para
nada y se tira a la calle para que la pise la gente.
Ustedes
son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de
un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino
que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa.
Que
de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las
buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los
cielos’’. Palabra del Señor.
Comentario
al Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio:
“Este niño ha sido puesto para ruina y
resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para
que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones”
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40:
+
Transcurrido
el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José
llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo
escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también
para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía
en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que
aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le
había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido
por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño
Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y
bendijo a Dios, diciendo:
"el niño iba creciendo y fortaleciéndose"
“Señor,
ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,
según
lo que me habías prometido, porque
mis ojos han visto a tu Salvador, al
que has preparado para bien de todos los pueblos; luz
que alumbra a las naciones y
gloria de tu pueblo, Israel”.
El
padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los
bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto
para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará
contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los
corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Había
también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer
muy anciana. De joven, había vivido siete años casada, y tenía ya ochenta y
cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo
a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a
Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Y
cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se
llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él. Palabra del Señor.
Comentario
al Evangelio por Fr. Rufino Ma. Grández Lecumberri, OFM: