“Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les
explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él”
Lectura del santo Evangelio
según san Lucas 24, 13-35:
+
El mismo día de la resurrección, iban dos de
los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de
Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.
Mientras
conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos;
pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él
les preguntó: "¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de
tristeza?"
Uno
de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¿Eres tú el único forastero que
no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?" Él les preguntó:
"¿Qué cosa?" Ellos le respondieron: "Lo de Jesús el nazareno,
que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el
pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo
condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el
libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas
cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han
desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y
llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que
estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo
como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron".
"qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas"
Entonces
Jesús les dijo: "¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para
creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías
padeciera todo esto y así entrara en su gloria?" Y comenzando por Moisés y
siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura
que se referían a él.
Ya
cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos
le insistieron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y
pronto va a oscurecer". Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a
la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces
se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos
se decían el uno al otro: "¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!"
Se
levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos
a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: "De veras ha
resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón". Entonces ellos contaron
lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el
pan. Palabra
del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Oscar J. Vián Morales, SDB:
"Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber
visto"
Lectura del santo
Evangelio según san Juan 20, 19-31:
+
Al
anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa
donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en
medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Dicho esto, les
mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se
llenaron de alegría.
De
nuevo les dijo Jesús: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha
enviado, así también los envío yo". Después de decir esto, sopló sobre
ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los
pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán
sin perdonar".
"Tú crees porque me has visto, dichosos los que cree son haber visto"
Tomás,
uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino
Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". Pero
él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no
meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no
creeré".
Ocho
días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba
con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La
paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos;
acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino
cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió:
"Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber
visto".
Otros
muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos
en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el
Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre". Palabra
del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristóbal Ascencio García:
“Entonces entró también
el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó”
Lectura del santo Evangelio
según san Juan 20, 1-9:
+
El
primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al
sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la
casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les
dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán
puesto".
Salieron
Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos,
pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro,
e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.
"entonces entró también el otro discípulo, y vio y creyó"
En
eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro.
Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre
la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en
sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido
las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos. Palabra
del Señor.
Comentario a
Evangelio por Mons. Cristobal Ascencio García:
“No teman. Ya sé que
buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había
dicho”
Lectura del santo
Evangelio según san Mateo 28, 1-10:
+
Transcurrido
el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra
María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran temblor, porque el
ángel del Señor bajó del cielo y acercándose al sepulcro, hizo rodar la piedra
que lo tapaba y se sentó encima de ella. Su rostro brillaba como el relámpago y
sus vestiduras eran blancas como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él,
se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las
mujeres y les dijo: "No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado.
No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde
lo habían puesto. Y ahora, vayan de prisa a decir a sus discípulos: 'Ha
resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allá lo
verán'. Eso es todo".
"ya sé que buscan a Jesús crucificado, no está aquí"
Ellas
se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría,
corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al
encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo
adoraron. Entonces les dijo Jesús: "No tengan miedo. Vayan a decir a mis
hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán". Palabra del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristobal Ascencio García:
“Sobre su cabeza pusieron
por escrito la causa de su condena: 'Éste es Jesús, el rey de los judíos'”
Lectura del santo
Evangelio según san Mateo 26,
14-27, 66:
+
En
aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos
sacerdotes y les dijo: "¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?" Ellos
quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando
una oportunidad para entregárselo.
El
primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a
Jesús y le preguntaron: "¿Dónde quieres que te preparemos la cena de
Pascua?" Él respondió: "Vayan a la ciudad, a casa de fulano y
díganle: 'El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con
mis discípulos en tu casa' ". Ellos hicieron lo que Jesús les había
ordenado y prepararon la cena de Pascua.
Al
atardecer, se sentó a la mesa con los Doce, y mientras cenaban, les dijo:
"Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme". Ellos se
pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: "¿Acaso soy
yo, Señor?" Él respondió: "El que moja su pan en el mismo plato que
yo, ése va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito
de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más
le valiera a ese hombre no haber nacido". Entonces preguntó Judas, el que
lo iba a entregar: "¿Acaso soy yo, Maestro?" Jesús le respondió:
"Tú lo has dicho".
Durante
la cena, Jesús tomó un pan y, pronunciada la bendición, lo partió y lo dio a
sus discípulos, diciendo: "Tomen y coman. Éste es mi Cuerpo". Luego
tomó en sus manos una copa de vino y, pronunciada la acción de gracias, la pasó
a sus discípulos, diciendo: "Beban todos de ella, porque ésta es mi
Sangre, Sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos, para el
perdón de los pecados. Les digo que ya no beberé más del fruto de la vid, hasta
el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre".
Después
de haber cantado el himno, salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces
Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar de mí esta noche,
porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño.
Pero después de que yo resucite, iré delante de ustedes a Galilea".
Entonces Pedro le replicó: "Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca
me escandalizaré". Jesús le dijo: "Yo te aseguro que esta misma
noche, antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces". Pedro le
replicó: "Aunque tenga que morir contigo, no te negaré". Y lo mismo
dijeron todos los discípulos.
Entonces
Jesús fue con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a los discípulos:
"Quédense aquí mientras yo voy a orar más allá". Se llevó consigo a
Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dijo: "Mi alma está llena de una tristeza mortal. Quédense
aquí y velen conmigo". Avanzó unos pasos más, se postró rostro en tierra y
comenzó a orar, diciendo: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este
cáliz; pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú".
Volvió
entonces a donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
"¿No han podido velar conmigo ni una hora? Velen y oren, para no caer en
la tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil". Y
alejándose de nuevo, se puso a orar, diciendo: "Padre mío, si este cáliz
no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad". Después volvió y
encontró a sus discípulos otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados de
sueño. Los dejó y se fue a orar de nuevo, por tercera vez, repitiendo las
mismas palabras. Después de esto, volvió a donde estaban los discípulos y les
dijo: "Duerman ya y descansen. He aquí que llega la hora y el Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya
está aquí el que me va a entregar".
Todavía
estaba hablando Jesús, cuando llegó Judas, uno de los Doce, seguido de una
chusma numerosa con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los
ancianos del pueblo. El que lo iba a entregar les había dado esta señal:
"Aquel a quien yo le dé un beso, ése es. Aprehéndanlo". Al instante
se acercó a Jesús y le dijo: "¡Buenas noches, Maestro!" Y lo besó.
Jesús le dijo: "Amigo, ¿es esto a lo que has venido?" Entonces se
acercaron a Jesús, le echaron mano y lo apresaron.
Uno
de los que estaban con Jesús, sacó la espada, hirió a un criado del sumo
sacerdote y le cortó una oreja. Le dijo entonces Jesús: "Vuelve la espada
a su lugar, pues quien usa la espada, a espada morirá. ¿No crees que si yo se
lo pidiera a mi Padre, él pondría ahora mismo a mi disposición más de doce
legiones de ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras, que
dicen que así debe suceder?" Enseguida dijo Jesús a aquella chusma:
"¿Han salido ustedes a apresarme como a un bandido, con espadas y palos?
Todos los días yo enseñaba, sentado en el templo, y no me aprehendieron. Pero
todo esto ha sucedido para que se cumplieran las predicciones de los profetas".
Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
Los
que aprehendieron a Jesús lo llevaron a la casa del sumo sacerdote Caifás,
donde los escribas y los ancianos estaban reunidos. Pedro los fue siguiendo de
lejos hasta el palacio del sumo sacerdote. Entró y se sentó con los criados
para ver en qué paraba aquello.
Los
sumos sacerdotes y todo el sanedrín andaban buscando un falso testimonio contra
Jesús, con ánimo de darle muerte; pero no lo encontraron, aunque se presentaron
muchos testigos falsos. Al fin llegaron dos, que dijeron: "Éste dijo:
'Puedo derribar el templo de Dios y reconstruirlo en tres días' ".
Entonces el sumo sacerdote se levantó y le dijo: "¿No respondes nada a lo
que éstos atestiguan en contra tuya?" Como Jesús callaba, el sumo
sacerdote le dijo: "Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios". Jesús le respondió: "Tú lo has dicho.
Además, yo les declaro que pronto verán al Hijo del hombre, sentado a la
derecha de Dios, venir sobre las nubes del cielo".
Entonces
el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: "¡Ha blasfemado! ¿Qué
necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué
les parece?" Ellos respondieron: "Es reo de muerte". Luego
comenzaron a escupirle en la cara y a darle de bofetadas. Otros lo golpeaban,
diciendo: "Adivina quién es el que te ha pegado".
Entretanto,
Pedro estaba fuera, sentado en el patio. Una criada se le acercó y le dijo:
"Tú también estabas con Jesús, el galileo". Pero él lo negó ante
todos, diciendo: "No sé de qué me estás hablando". Ya se iba hacia el
zaguán, cuando lo vio otra criada y dijo a los que estaban ahí: "También
ése andaba con Jesús, el nazareno". Él de nuevo lo negó con juramento:
"No conozco a ese hombre". Poco después se acercaron a Pedro los que
estaban ahí y le dijeron: "No cabe duda de que tú también eres de ellos,
pues hasta tu modo de hablar te delata". Entonces él comenzó a echar
maldiciones y a jurar que no conocía a aquel hombre. Y en aquel momento cantó
el gallo. Entonces se acordó Pedro de que Jesús había dicho: 'Antes de que
cante el gallo, me habrás negado tres veces'. Y saliendo de ahí se soltó a
llorar amargamente.
Llegada
la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron
consejo contra Jesús para darle muerte. Después de atarlo, lo llevaron ante el
procurador, Poncio Pilato, y se lo entregaron.
Entonces
Judas, el que lo había entregado, viendo que Jesús había sido condenado a
muerte, devolvió arrepentido las treinta monedas de plata a los sumos
sacerdotes y a los ancianos, diciendo: "Pequé, entregando la sangre de un
inocente". Ellos dijeron: "¿Y a nosotros qué nos importa? Allá
tú". Entonces Judas arrojó las monedas de plata en el templo, se fue y se
ahorcó.
Los
sumos sacerdotes tomaron las monedas de plata y dijeron: "No es lícito
juntarlas con el dinero de las limosnas, porque son precio de sangre".
Después de deliberar, compraron con ellas el Campo del alfarero, para sepultar
ahí a los extranjeros. Por eso aquel campo se llama hasta el día de hoy
"Campo de sangre". Así se cumplió lo que dijo el profeta Jeremías: Tomaron
las treinta monedas de plata en que fue tasado aquel a quien pusieron precio
algunos hijos de Israel, y las dieron por el Campo del alfarero, según lo que
me ordenó el Señor.
Jesús
compareció ante el procurador, Poncio Pilato, quien le preguntó: "¿Eres tú
el rey de los judíos?" Jesús respondió: "Tú lo has dicho". Pero
nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los
ancianos. Entonces le dijo Pilato: "¿No oyes todo lo que dicen contra
ti?" Pero él nada respondió, hasta el punto de que el procurador se quedó
muy extrañado. Con ocasión de la fiesta de la Pascua, el procurador solía
conceder a la multitud la libertad del preso que quisieran. Tenían entonces un
preso famoso, llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los ahí reunidos: "¿A
quién quieren que les deje en libertad: a Barrabás o a Jesús, que se dice el
Mesías?" Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia.
Estando
él sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle: "No te metas con ese
hombre justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa".
Mientras
tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la muchedumbre de que
pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así, cuando el
procurador les preguntó: "¿A cuál de los dos quieren que les suelte?"
Ellos respondieron: "A Barrabás". Pilato les dijo: "¿Y qué voy a
hacer con Jesús, que se dice el Mesías?" Respondieron todos:
"Crucifícalo". Pilato preguntó: "Pero, ¿qué mal ha hecho?"
Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza: "¡Crucifícalo!"
Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y que crecía el tumulto, pidió agua
y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: "Yo no me hago responsable
de la muerte de este hombre justo. Allá ustedes". Todo el pueblo
respondió: "¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros
hijos!" Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás. En cambio a Jesús lo
hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran.
Los
soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de
él a todo el batallón. Lo desnudaron, le echaron encima un manto de púrpura,
trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza; le pusieron una
caña en su mano derecha y, arrodillándose ante él, se burlaban diciendo:
"¡Viva el rey de los judíos!", y le escupían. Luego, quitándole la
caña, lo golpeaban con ella en la cabeza. Después de que se burlaron de él, le
quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar.
Al
salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a
llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota, es decir, "Lugar de
la Calavera", le dieron a beber a Jesús vino mezclado con hiel; él lo
probó, pero no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus
vestidos, echando suertes, y se quedaron sentados ahí para custodiarlo. Sobre
su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: 'Éste es Jesús, el rey
de los judíos'. Juntamente con él, crucificaron a dos ladrones, uno a su
derecha y el otro a su izquierda.
Los
que pasaban por ahí lo insultaban moviendo la cabeza y gritándole: "Tú,
que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si
eres el Hijo de Dios, baja de la cruz". También se burlaban de él los
sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, diciendo: "Ha salvado a
otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la
cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios, que Dios lo salve ahora,
si es que de verdad lo ama, pues él ha dicho: 'Soy el Hijo de Dios' ".
Hasta los ladrones que estaban crucificados a su lado lo injuriaban.
Desde
el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció toda aquella tierra. Y
alrededor de las tres, Jesús exclamó con fuerte voz: "Elí, Elí, ¿lemá
sabactaní?", que quiere decir: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" Algunos de los presentes, al oírlo, decían: "Está
llamando a Elías".
Enseguida
uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y
sujetándola a una caña, le ofreció de beber. Pero los otros le dijeron:
"Déjalo. Vamos a ver si viene Elías a salvarlo". Entonces Jesús,
dando de nuevo un fuerte grito, expiró.
Aquí
todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes.
Entonces
el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba a abajo, la tierra tembló
y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos justos
que habían muerto, y después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad
santa y se aparecieron a mucha gente. Por su parte, el oficial y los que
estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que
ocurrían, se llenaron de un gran temor y dijeron: "Verdaderamente éste era
Hijo de Dios".
Estaban
también allí, mirando desde lejos, muchas de las mujeres que habían seguido a
Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María,
la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Al
atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho
también discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús,
y Pilato dio orden de que se lo entregaran. José tomó el cuerpo, lo envolvió en
una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo, que había hecho excavar
en la roca para sí mismo. Hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del
sepulcro y se retiró. Estaban ahí María Magdalena y la otra María, sentadas
frente al sepulcro.
Al
otro día, el siguiente de la preparación de la Pascua, los sumos sacerdotes y
los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron: "Señor, nos hemos
acordado de que ese impostor, estando aún en vida, dijo: 'A los tres días
resucitaré'. Manda, pues, asegurar el sepulcro hasta el tercer día; no sea que
vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: 'Resucitó de entre los
muertos', porque esta última impostura sería peor que la primera". Pilato
les dijo: "Tomen un pelotón de soldados, vayan y aseguren el sepulcro como
ustedes quieran". Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, poniendo un sello
sobre la puerta y dejaron ahí la guardia. Palabra del Señor.
Comentario al
Evangelio por Fray Rufino M. Grández Lecumberri OFM:
"Yo soy la
resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo
aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”
Lectura del Santo
Evangelio según san Juan 11, 1-45:
+
En
aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de
su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le
enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las
dos hermanas le mandaron decir a Jesús: "Señor, el amigo a quien tanto
quieres está enfermo".
Al
oír esto, Jesús dijo: "Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que
servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por
ella".
Jesús
amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que
Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba.
Después dijo a sus discípulos: "Vayamos otra vez a Judea". Los
discípulos le dijeron: "Maestro, hace poco que los judíos querían
apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?" Jesús les contestó: "¿Acaso no
tiene doce horas el día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de
este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz".
"yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá"
Dijo
esto y luego añadió: "Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy
ahora a despertarlo". Entonces le dijeron sus discípulos: "Señor, si
duerme, es que va a sanar". Jesús hablaba de la muerte, pero ellos
creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente:
"Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para
que crean. Ahora, vamos allá". Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo,
dijo a los demás discípulos: "Vayamos también nosotros, para morir con
él".
Cuando
llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba
cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían
ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano.
Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó
en casa. Le dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí, no habría
muerto mi hermano. Pero aun ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto
le pidas". Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará". Marta
respondió: "Ya sé que resucitará en la resurrección del último día".
Jesús le dijo: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí,
aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá
para siempre. ¿Crees tú esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor. Creo
firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al
mundo".
Después
de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja:
"Ya vino el Maestro y te llama". Al oír esto, María se levantó en el
acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al
pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos
que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y
salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar allí y la siguieron.
Cuando
llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo:
"Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano". Jesús,
al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió
hasta lo más hondo y preguntó: "¿Dónde lo han puesto?" Le
contestaron: "Ven, Señor, y lo verás". Jesús se puso a llorar y los
judíos comentaban: "De veras ¡cuánto lo amaba!" Algunos decían:
"¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que
Lázaro no muriera?"
Jesús,
profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva,
sellada con una losa. Entonces dijo Jesús: "Quiten la losa". Pero
Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: "Señor, ya huele mal,
porque lleva cuatro días". Le dijo Jesús: "¿No te he dicho que si
crees, verás la gloria de Dios?" Entonces quitaron la piedra.
Jesús
levantó los ojos a lo alto y dijo: "Padre, te doy gracias porque me has
escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de
esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado".
Luego gritó con voz potente: "¡Lázaro, sal de allí!" Y salió el
muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un
sudario. Jesús les dijo: "Desátenlo, para que pueda andar".
Muchos
de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho
Jesús, creyeron en él. Palabra del Señor.
Comentario al
Evangelio por Mons. Cristóbal Ascensio García: